El 4 de junio de 1995, mientras una buena amiga cumplía sus 16 otoños, yo me las emplumaba en un bus en dirección al norte con algo más de 30 compañeros de curso. Iniciábamos nuestro “viaje de estudios”, ocasión en la cual, tuve mi primer acercamiento conciente con una cámara fotográfica.
Los 2 rollos de fotos que saqué, en algo más de una semana, me hicieron ver la luz. La mayoría de las tomas consistían en paisajes arenosos sin ninguna, pero ninguna gracia, “bollos” o montoncitos de amigos en que no se distinguía nada, o pasillos de bus con cuellos estirados y uno que otro signo de paz. Mi primera incursión como fotógrafo fue más que un fiasco, una verdadera vergüenza.
Por lo mismo, fue a partir de ese año que opté por esconder para siempre esos dos álbumes de fotos y hacer como si aquí no hubiera pasado nada. Borrón y cuenta nueva. De ahí en adelante empezaría a forjar una carrera en la fotografía que aun no existe, más que para algunos amigos y meine Liebe.
Al año siguiente adquirí (con mucho esfuerzo) mi primera cámara. La encargué a la famosa Zofri. Era una Pentax MZ-50 que se mantiene estoica después de viajes, golpes, sobrinos y olvidos en aeropuertos. De a poco se fueron sumando distintos accesorios, un disparador, trípode, lentes 50mm, 35-80mm, 70-300mm y ahora último un 2x Converter que transforma mis 3 lentes en 6. Ja!
Un viajecito que hice por algunos lugares lejanos, me dejaron kilos y kilos de fotos y una fortuna que fue a manos de los dueños del ProMarkt de Heidelberg. Todo para darme cuenta de que una de las cosas que realmente me apasiona en la vida es la fotografía. Cuántas veces he pensado en largarme a Nepal a sacar fotos y mantenerme como enviado especial de alguna agencia noticiosa, para volver a mi tierra natal a exponer mis fotografías en gran formato, en una salita junto a mis amigos, contándoles de las mil peripecias que tuve que vivir para conseguir un plato de comida en el Tibet. A lo más patiperro. Sé que lo haré, no sé cuándo, sólo sé que lo haré acompañado, y muy bien acompañado.
Lo tengo decidido, claudicaré ante la tentación y más temprano que tarde (este año), me haré de una SLR digital, obviamente no abandonaré el clásico 35 mm y las idas a Pardo (mi laboratorio oficial en Viña), pero la web se está encargando de hacerme la vida imposible dándome quinientas mil alternativas de cámaras, pero supongo que la alternativa será una Pentax digital, así aprovecho los lentes que ya tengo. Obvio ¿no?.
La foto, el instante preciso, del que hablaba Cartier-Bresson. Estar donde hay que estar en el momento justo. Tener a tu lado a alguien que te inspire. Vivir en una ciudad con esquinas, sombras y gente fotografiable, o hacer de la tuya una ciudad inventada para la instantánea. Siempre habrá alguna persona o farolito ansioso de ser congelado para la posteridad. No hacen falta las grandes modelos (aunque no me quejaría), ni los grandes monumentos. Puedes partir con tus sobrinos, con tus hijos, con tus vecinos. Puedes partir con el pasaje del lado, con el centro, o con el cerro. Siempre hay por dónde partir, pero mejor aún, nunca hay por dónde terminar, porque no se termina nunca, claro, hasta que nos saquen la foto.
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