Dort wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen
Published 15 agosto 2005 by Rodrigo | E-mail this post
¿Debería importarme lo que diga el Papa? ¿debería importarme lo que diga un Obispo sureño?. Mi sentido común me indica, de buenas a primeras, que lo que diga éste o aquel, no tienen más peso que lo que podría decirme algún conocido o el tipo de la bencinera de la esquina de mi casa. Lamentablemente los curas han descendido en mi escala de referentes intelectuales, para qué decir en la de lo moral.
Hace un tiempo leí que Ratzinger opinaba sobre lo perjudicial que podría ser seguir las aventuras de un tal Harry James Potter. “Se trata de sutiles seducciones, que actúan sin ser notadas y que, de este modo, distorsionan profundamente el cristianismo en su espíritu, antes de que pueda crecer correctamente”, decía.
Todo a propósito de un libro escrito por Gabriele Kuby, una alemana, que tuvo un intercambio epistolar con Benedicto cuando aun era cardenal (2003) y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esta correspondencia dio para una interesante discusión dentro y fuera de la curia entre la Kuby, Benedicto y Peter Fleetwood, cura ingles y encargado del Consejo Pontificio para la Cultura, quien defendía la obra de J. K. Rowling, y a quien Ratzinger encargó un estudio sobre el famoso libro, seguramente para que volviera al rebaño.
Ahora salió un curita de por estos lares (austriaco que ora et labora en chile) a hablar sobre el tema. Y sí, hablar es gratis, libertad de expresión y eso, pero el tema es que hay gente que tiene, y a la que se le da, tribuna -aparte de púlpito- para hablar cosas que atentan contra el sentido común.
Para Sixto Parzinger (Obispo de Villarrica), Harry Potter “desvía y los lleva (a los lectores) a ver el mundo no como real sino que es un mundo imaginario, fácil y con magia. Entonces, desvía a los niños,”, para terminar con un escueto, pero certero "que no se lea y listo".
Los mundos imaginarios y la magia desvían a los niños. Gran conclusión que deja, entonces, fuera del alcance de un buen niño católico, una infinidad de libros. Más bien, todos aquellos que pertenezcan al género de la ficción. Gulliver, tus días están contados.
En un país que se esfuerza porque (no sólo) los niños lean más, y vean menos (tonteras en) televisión, los dichos de Sixto y Benedicto nos hacen un flaco favor. Aunque cada vez soy peor lector, la lectura me ha iluminado más que muchas de las prédicas que me tocaron oír desde niño.
La actitud de estos señores me incomoda. Mal que mal, son un referente para muchos en este país que según el censo del 2002, casi en un 70% se declara católico. En un país en que casi el 60% ve la final de la granja vip. Y aunque, en realidad, ésto no tiene mucho que ver con lo primero, en verdad sí lo tiene.
¿Habrá que tomárselo con humor? ¿Simplemente no habrá que “pescar” a estos curitas? ¿O empezaremos a quemar libros, comenzando por aquellos que hablan de mundos imaginarios y magos?
Un poeta compatriota de Ratzinger y vecino de Parzinger, Heinrich Heine,
dijo por allá en 1821: “Dort wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen.” Que vendría a significar algo como que “ahí donde se queman los libros se termina, al final, quemando también a los hombres”.
Esperemos que no comiencen las hogueras de libros. No vaya a ser que entre la confusión alguien incluya aquel que narra las historias de un judío pelilargo que sanaba a los enfermos, multiplicaba los panes, transformaba el agua en vino y soportaba estoicamente el sufrimiento en nombre de la humanidad. Uno que moría y que al tercer día resucitaba de entre los muertos para sentarse a la derecha de otro caballero que había creado, nada menos que, el mundo.
Porque, esos si que son buenos cuentos, ¿no?.
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