De vuelta. Fue un viaje corto, pero intenso. Mis pies aun sufren las consecuencias de ese paso inconscientemente raudo con el que suelo atravesar calles y veredas como si alguien me persiguiera. Quizás era sólo la sensación de que cada minuto no aprovechado y cada metro no recorrido sería un remordimiento extra que me llevaría en una ya pesada maleta.
Como había adelantado, el paso por Policía Internacional era un trámite que no hacía desde hace más de cuatro años. Y la sensación de iniciar un periplo fuera más allá de los límites soberanos era de ansiedad. Llegar a un
Buenos Aires distinto fue una sorpresa, distinto porque aunque sigue siendo el mismo, las circunstancias cambian y eso lo hace todo diferente. Viajar con mis padres es algo que no hacía desde el 2001 y eso podría pensar uno que pesa a la hora de fijar tiempos, lugares e intereses, sin embargo quisiera pensar que fueron ellos quienes se adaptaron a un ritmo más acelerado, antes que haya sido yo quien descendió considerablemente la velocidad para dejar de hacer. Creo honestamente que éste último no fue el caso.
A pesar de lo corto fue un muy buen viaje, cansador por lo caminado, pero alejado del trajín rutinario que es lo que verdaderamente cansa. Pero son tantos los detalles que merecen la pena ser comentados, que difícilmente podré resumir un viaje en un post. El
racconto se vendrá por parte, porque una ciudad como Baires se merece las líneas, así que hay excusa para escribir al menos por esta semana corta que ya se acaba y por parte de la próxima.
Por suerte, ya junté las millas para comenzar a soñar con una nueva visita a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, che.
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