Finálmente y después de cuatro años de juicios y persecución,
Kenneth Lay, ex presidente de
Enron y amigo personal de George W. Bush, fue condenado por los seis delitos por los que estaba siendo juzgado, luego de que a mediados del 2001 la multinacional quebrara dejando sin trabajo ni pensiones a más de veinte mil empleados. De esta manera enfrenta una pena de hasta 45 años de cárcel (osea púdrete en la capacha), tiempo que se conocerá en septiembre cuando el juez decida cuán largas van a ser estas vacaciones encerrado.
El caso Enron está perfectamente bien detallado en el documental
Enron: The Smartest Guys in the Room, dirigido por Alex Gibney. El film es buenísimo, cuenta de manera muy prolija los usos comerciales y financieros que implementó la empresa, que pasó de comercializar servicios energéticos a simplemente transar dinero como si fuera un producto más.
Las políticas financieras internas permitían considerar como ingresos, proyecciones y negocios a futuros que nunca se realizaban, lo que dio como resultado que Enron fuera la
empresa más innovadora de los Estados Unidos por cinco años consecutivos según la prestigiosa revista
Forbes. El resultado fue una falta absoluta de escrúpulos para hacer negocios a como diera lugar, engañando a la opinión pública y a sus propios trabajadores, los que eran incentivados a invertir en la empresa.
El tema es de lo más contingente, si pensamos en las prácticas de muchas empresas. La falta de una ética profesional y comercial se hace patente en casos como éste. Pero, que un tipo que financió parte de la campaña del actual presidente de los EE.UU. vaya a la cárcel, es una buena señal de que las cosas funcionan, aunque tengan al frente de la nación a un mono con navajas.
Noticia oficial.