Debe ser como despedir a un hijo que se ha hecho grande. Porque los hijos no te pertenecen. Tu les das la vida, los crías, los alimentas, muchas veces los financias y les das permiso para ir a la fiesta. Los vez dar los primeros pasos y balbucear alguna cosa. Los educas, los llevas al colegio y a la universidad. Ellos comienzan a hacerse fuertes, comienzan a salir solos, a conocer gente, no requieren siempre de tu sombra detras, de tus brazos por si se resbalan. Y de a poco empiezas a ver que el tiempo se te acaba, que todo va llegando a tu fin, que el chico conoce a otras personas que lo acompañarán en ese camino de constantes caídas y levantes que es la vida. Y no quieres creerlo, y cuesta, y piensas en volver, porque crees que puedes volver a ayudar, y todos de golpean en la espalda y te dicen lo bien que lo hiciste, lo bien que lo criaste, lo grande que está, fuerte, sólido. Los vecinos te saludan, te hacen gestos de aprobación. Se te acercan en la calle, te agradecen, porque ese hijo les está dando alegrías a ellos también. Y se te llenan los ojos de lágrimas y todos se dan cuenta, y todos lloran contigo. Pero el día llega de despedirlo, y tú, fuerte, aunque por dentro no puedas más. Solemne, como fuiste criado. Para grandes cosas como dijo tu madre, la misma que te preguntaba que para qué te metías en estas cosas. Ahora vas saliendo. Por la puerta ancha, con la tarea cumplida y todos te saludamos nuevamente, porque tu hijo está bien, porque mejora todos los días, pensar lo contrario sería hacerse el ciego. Todos te aplauden, de pie, te agradecen. Es lo que corresponde. Gracias, gracias Presidente.