IDEAS SIN CORCHETES NI HOTMELT
De la página editorial de El Mercurio, leo las cartas y las columnas de Squella y Zapata. Pero ayer leí, quizás por primera vez, una editorial. El tema me interesaba. Balance Cultural le llamaron y consignaba la opinión del diario sobre lo que ha sido la política de las artes y sus expresiones (a lo que suele llamarse cultura) durante el gobierno de Lagos.
El tema que me interesa y hace mucho es lo que para el diario es uno de los aspectos en que la actual administración saliente ha quedado en deuda. Se trata de la Ley de Donaciones Culturales.
El mismo decano, quizás sin quererlo, da cuenta de la principal falencia de este cuerpo legal. Se refiere a que su actual estructura normativa no se traduce en un “incentivo como herramienta para invertir en bienes culturales”. He ahí el problema. No se puede pretender que la ley sea una herramienta de inversión si estamos ante una ley de donaciones. Y no me miren mal. No estoy tras una discusión semántica. Muy por el contrario, mi crítica va al fondo. A la forma como se mira el aporte que los actores sociales e incluso el hijo de vecino puede tener en el desarrollo de las artes. Hay una cultura (y aquí pretendo ocupar bien el término) de la caridad frente a las artes. No hay una política de inversión, es decir, un “te doy porque tengo, pero pretendo que hagas algo y nos beneficiemos todos”, sino una actitud de limosnería. Una donación no es más que una liberalidad que puede no tener otro fundamento que el simple ánimo de dar al otro. Incluso simplemente porque no tiene.
El desarrollo de las artes no debiera dejarse al simple capricho de empresas, corporaciones y personas naturales. El apoyo y cooperación debiera obedecer a una deliberada actitud de quien da para que efectivamente su aporte signifique un rédito en cuanto a mejorar el acceso a las expresiones del arte, incentivar la creatividad y permitir tanto aportar a la mantención del patrimonio intangible como asegurar que lo que se produzca no se desvanezca.