Nada que ser, junto con un par más, las revistas son mi debilidad. No sólo por lo que contienen en cuanto a información, sino como objetos de arte en sí. Las colecciono. Toda aquella que llegue a mis manos sabrá que tiene una larga vida asegurada antes de terminar como colchón de gotera, agujereada para alguna tarea del primo chico o simplemente olvidada en un baño al que no entra mucha gente.
Ahora, que toca hacer las maletas, me enfrento al monstruo. Ése que me ha permitido durante años acumular y acumular rumas de revistas de todos los colores, formatos y procedencias. Lo que se llama una colección. Y vamos discriminando, porque la junta llegaba a niveles patológicos en que incluso muchos sumplementos de diarios eran religiosamente apilados con la secreta esperanza de llegar a convertirse en fuente de información específica cuando fuera necesario, como si yo mantuviera cada uno de sus contenidos indexados bajo algún extraño formato computacional que me permitiera abrir la revista indicada en la página precisa. No, nada de eso. Estaban ahí por más cariño al papel y la tinta que otra cosa, pero ahora verán hacerse realidad sus peores pesadillas, esas de fogatas o -si tienen mucha suerte- de puesto en feria de las pulgas. Quizás haya otro tan fanático como yo por ahí.
Se vienen tiempo nuevos, pero no podría no llevarme parte de este pasado que me visita cada noche cuando cierro los ojos y peleo en vano con la almohada. Quizás sacarle el polvo a tantas de mis revistas sirva no sólo para ganarme una tos, sino también para saber por qué he deseado hace años dedicar mi tiempo a verlas, a revisarlas, pero sobre todo a querer hacerlas. Vendrá, estoy seguro.
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