Me perdonarán los nostálgicos y puristas sentimentales de todo lo que huela a puerto, pero si hay algo que a estas alturas francamente me molesta es
Marcelo Rossi. ¿Quién? El Elvis Porteño. Un tipo de casi setenta años que se viste como el Rey del Rock, se deja patillas largas y usa unos lentes al estilo del cantante. Seguramente ya lo identificaron.
Rossi se ha hecho famoso por sus
performances en varios pub del puerto y Viña, sobre todo en el Journal de Viña, donde se hizo casi una tradición de los miércoles. Su meteórica fama lo hizo acreedor de varias notas en la prensa (
la cuarta) y de un capítulo de la serie de Canal 13 "
Apasionados" en la que se muestra y relata la cotidianeidad del personaje y de la persona tras el personaje. Pero a mi me tiene chato.
El tipo no canta, difícilmente se mueve, huele a empanada de pino y sin embargo continua siendo parte de la parrilla de shows freaks con los que la bohemia porteña alimenta la sed de patetismo por lo decadente que al parecer, le gusta a muchos.
El viernes pasado hizo lo que pudo sobre la barra del primer piso del
Cafe Journal de Valparaíso y luego, como si fuera poco, trató de hacer lo propio en el subterráneo donde la gente intentaba bailar. Digo lo intentó, porque problemas técnicos de audio impidieron que El Elvis realizara su
performance. También leí que estuvo junto a los Difuntos Correa en la última versión del Vive Latino (
lun) donde la experiencia no debe haber sido distinta.
¿Cuál es el mérito de este tipo para que lo sigan incorporando como parte de la fauna del carrete porteño? A estas alturas Rossi no es más que un objeto fetiche de un par de personas que, ya medias pasadas de copas, serían apaces de aplaudir a lo que le pusieran adelante. No entiendo la idea de hacer esa especie de caridad del espectáculo con que los organizadores del carrete pretenden "dar espacio" al peor especimen de la cultura guachaca de nuestra zona. Pido disculpas si esto hiere la susceptibilidad de alguien, pero a estas alturas, Rossi sólo da pena.
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