El sábado 24 de junio, el diario viñamarino
El Observador, publicó esta columna titulada "Viña del Mar Enferma", acerca de un tema que siempre me ha llamado la atención en la ciudad que habito. Le agradezco nuevamente a Daniel Avendaño, la oportunidad de recoger estos manifiestos ciudadanos.
"Viña es la hermana rica de la familia Quinta. Sus calles siempre limpias, su aire marino oxigenante, y los pasos de cebra que son todavía, vacas sagradas que nos diferencian de muchos los primos, nacionales e internacionales. Viña, cual candidata a Miss, es poseedora de un sin fin de atributos que la hacen atractiva y cautivadora. Sin embargo, le está cambiando el gusto. De a poco, cada esquina comienza a llenarse de templos en los que flamean banderas de colores que veneran a un mismo ídolo.
Tenemos casi cincuenta farmacias para casi trescientos mil habitantes.
Como la idea es vender, estas modernas droguerías ofrecen de un
cuantoai. Si comida para perro o quiero sacar plata, voy a la farmacia, pero si quiero una aspirina, difícilmente saldré sólo con la tirita en la mano, seguramente agregaré revistas, chocolates, chicles y unos cuantos rollos de fotos. Pero el tema no es ese, sino la proliferación exagerada de estos negocios, y la ausencia de una política urbanística de parte de quienes dicen velar por los intereses de la ciudad.
Las cadenas farmacéuticas se hacen de las esquinas que no ocupa su competencia, aprovechando las ganancias que da ese vértice. Todas tienen como práctica publicitaria el anunciarse como “la más barata”, por lo que si todas dicen ser la más conveniente, alguien miente. Ni hablar del pacto tácito que tienen entre ellas, para mantener precios parecidos, los que varían equitativamente durante la semana para cada farmacia, como si se tratara de una silla musical en la que se reparten a los “enfermos”.
No se trata acá de echar bofes contra el capitalismo y el consumismo, pero me parece que si hay cosas que copiar de países que vienen de vuelta, es el compromiso urbanístico y ciudadano por el que se juegan sus autoridades locales a la hora de mantener el ornato y descontaminación visual, aunque sea a costa de limitar la endiosada libertad económica. Que la Av. Valparaíso cuente con 13 locales en 6 cuadras me parece un despropósito.
Finalmente vender no puede ser todo. La rentabilidad no debe lograrse a cualquier costo. Es de esperar que nuestras autoridades se percaten que no es agradable pasear por una ciudad llena de boticas. Terminarán por transformarse en nuestros puntos de interés patrimonial y nos vendrán a ver de todas partes. Se construirán galerías desde donde los visitantes observarán este patio de siquiátrico por el que caminarán señoras y señores que, desenfundado sus tarjetas de puntos, cargarán orgullosos sus bolsas de papel higiénico, bebidas energizantes y osos de peluche, o sea, todo aquello que se compra en una farmacia."