Decir que no podía creer el día que nos había tocado y que evitaron una carbonización masiva. Decir que las 4 horas de espera se me pasaron volando como si nada. Decir que me dediqué a buscar gente entre la multitud y que, vaya a saber uno cómo, dí con todos ellos entre las miles de cabezas que repletaban el nacional. Decir que fue una mezcla de tristeza, pero de felicidad porque sabía que compartíamos el mismo espacio. Decir que encontré genial que Lagos estuviera ahí, y haciendo la ola. Decir que me acompañaban ahí o a unos metros, todos quienes debían estar ahí para cantar, aunque no se supieran las canciones. Decir que estaba tan lejos de ese escenario, pero que no cambiaría esa posición por nada. Decir que Franz Ferdinand fue un buen aperitivo, pero les falta tanto para provocar lo que vino después. Decir que al apagarse la luz no cabía en mí. Decir que se me cayó más de una lágrima cuando comenzó
Where the Streets have no Name. Decir que ver una nacional a oscuras iluminado ya no por antorchas flameantes, sino por celulares encendidos, sacando fotos, grabando audios, almacenando videos fue tremendo. Decir que me tocó manejar a Viña de vuelta. Decir que hoy lunes no tengo voz. Decir que lo pasé increíble. Decir que ha sido lo mejor en conciertos en lo que lleva mi corta vida. Decir que recuerdo a quienes hacían berrinches por el precio de la entrada y digo... "si hubieran estado ahí". Decir que se pueden decir tantas cosas sobre lo que pasó ayer, pero que como las más de 60 mil personas que seguro ahí habían, sólo valía la pena estar. Gracias U2.