Yo no sé si la suspendida ministra Provoste es conciente del espectáculo penoso que está dando con sus dichos, sus retiros espirituales y sus golpeaduras de pecho en la misa de once de ayer domingo. Me cuesta entender que ella deliberadamente esté siendo tan burda en su espera porque el Senado confirme o revoque la acusación constitucional que la Cámara aprobó la semana pasada.
Acostumbrada a hablar como si contara con un apoyo popular que en realidad no existe, Yasna Provoste sólo ha sumado puntos en contra al intentar personalizar un tema que sólo le ha venido a cobrarle cuentas absolutamente políticas. Que viene de no sé dónde, que tiene antepasados diaguitas, que es mujer, que es negra, fea, gorda y tonta. Que es profesora de educación física, que sacó como tres gambas en la PAA, que es una mujer de fé, que se está cometiendo un femicidio político y la mayor injusticia que ha conocido la política chilena. La defensa de la suspendida ministra no se sostiene por ninguna parte y por más que ha intentado arreglarla, incluso por inspiración divina, nada parece detener lo que parece un auto con frenos cortados.
Sinceramente espero que a estas alturas la ministra no renuncie, que la acusación sea confirmada y pueda librarme de la retórica agotadora de Yasna por los próximos 5 años. Y la moraleja para el Gobierno, que difícilmente será aprendida, es que este tipo de papelones se podrían evitar si se convencieran de que nadie en el Gobierno es imprescindible. Que los amigusimos el los orgullos hay que metérselos donde mejor quepan y empezar a privilegiar otras cosas más que los compromisos políticos con gente escaladora y mediocre en méritos que hoy ocupan cargos de importancia en nuestro país. No hay salud.
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