A propósito
del llamado de Monseñor Goic,
la salida de madre de Evelyn Matthei y los comentarios que se han ido anexando a la discusión sobre las condiciones remuneratorias de los trabajores chilenos, las abismantes diferencias en cuanto a los montos y la necesidad de acortar la brecha distributiva para mejorar la calidad de vida de gran parte de los chilenos, el tema de la ética ha aparecido en principio como factor iluminador, ahora como uno abstracto y poco hacible.
La interpelación que le hizo la
bionda senadora al
prete de la Conferencia Episcopal, en el sentido de que sus juicios estarían fundados en una ignorancia en materia económica, se entiende en un contexto bastante coún en el que se tiende a ver la ética como algo, aunque racional, tremendamente heterogéneo y tendencialmente inconmensurable en comparación con modelos más pragmáticos que proveen manuales de conducta para actividades como la económica.
No es raro escuchar decir a sabiondos y eminencias de la Economía, que la racionalidad propia de esta ciencia debería responder sólo a criterios de eficiencia y estándares de evaluación que poco y nada tienen que ver con aquellos que pretenden reivindicar aspectos morales. En ese sentido se entiende la justificación de la Matthei en el sentido de que muchos empresarios simplemente no podrían pagar más de la miseria que pagan actualmente, y que casi habría que preferir entre subir sueldos o cerrar empresas.
Bajo esta línea argumentativa, varios entienden la economía y la ética como cosas tan diferentes como irreconciliables y, a partir de esa premisa, se deriva aquella postura liberal que advierte cómo la complejidad y diversidad de los principios que explicarían el funcionamiento de la economía y su diametral distancia con aquellos que inspiran la moralidad de la conducta humana, implicarían que necesariamente se deba garantizar una autonomía en la actuación económica respecto de otras consideraciones, como las que emanan de la ética. Al menos, si se pretende tener una economía sana, eficiente y que no amenace la confianza de los inversionistas y emprendedores (al parecer, los únicos actores económicos) con argumentos de corte humanitario.
Evelyn Matthei demostró que antes que una humanista, es una técnica. La ética, en toda actividad humana y sobre todo en la económica debiera ser la principal barrera de entrada para la creación de negocios, mal que mal se está negociando con gente.
Por último, no deja de llamar la atención que Matthei, quienes sin olfato política la han respaldado y los representantes gremiales del comercio y la industria, vean la propuesta de la Iglesia como
una amenaza a la creación de empleo, agarrándose de la idea de que el humilde empresario paga siempre lo que más puede, cuando en realidad los principales abusos se advierten en sectores del comercio y la industria donde los actores no son precisamente pequeños empresarios. Retail, banca, industria de materias primas, etc, son sectores con grandes ganancias.
El tema no es si los dueños están dispuestos a perder, sino que a ganar un poco menos.
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