REVELACIONES CHÚCARAS

¿Habrá que comenzar a hacer las maletas? La propuesta que tiró Frei en el último cónclave democristiano debe tener aterrados a los liberales criollos. Estatizar el sistema de transporte público no puede ser sino el comienzo del fin, la crónica de una muerte anunciada, el descalabro nacional a manos del yugo.

El papelón del sábado (y el de hoy) en que miles de santiaguinos tuvieron que caminar para llegar a sus lugares de trabajo debido a una falla del Metro que suspendió el servicio por cerca de dos horas, fue una señal de que el plan de transporte metropolitano está haciendo agua por todas partes.

Mal diseño, mala implementación, mal timming, malas condiciones laborales, malos mecanismos de control, malas elecciones de operarios y tecnologías. Las evidentes falencias del sistema suman y siguen, y quizás lo peor, no se distingue a la distancia una solución en el corto plazo. Y quizás sea ese el peor pecado del Transantiago, creer ingenuamente que cambiar los hábitos de transporte de millones de personas, podía hacerse en unos meses, sin siquiera tener la infraestructura necesaria para iniciar el cambio.

Ahora comienzan a hacerse escuchar propuestas que asustan a uno, pero para otros no son sino fórmulas viables para el tipo de servicio que se pretende implementar. Acá estamos hablando del transporte público, un servicio de naturaleza pública como ya prácticamente no quedan en nuestro país. Todo a dado paso a la concesión o derechamente a la privatización.

¿Dónde está el problema? En que hay ciertas actividades que son necesarias para la comunidad y por lo tanto deben ser aseguradas en su funcionamiento y eficiancia. El transporte es uno de esos, en la medida que se trata de una necesidad innegable para todos quienes viven deben trasladarse de un lugar a otro para realizar las actividades cotidianas que van en beneficio propio y el de la comunidad toda.

He ahí la característica del servicio público. Una actividad que cuyo único propósito e interés es satisfacer aquella necesidad. La fórmula de hacer un sistema de transporte público que en realidad era privado, redundaba en un servicio a todas luces malo. La experiencia de tomar las micros amarillas era francamente traumática. En esas condiciones, el concesionario no tenía como propósito e interés dar un buen servicio, sino cortar boletos. Punto. En el caso del actual plan de transporte, la situación es parecida, salvo que algunas micros están en mejores condiciones. A los operarios les interesa por sobre todo, hacer una gestión rentable y para eso no escatiman en lograr una eficiencia financiera no poniendo en la calle las micros que correspone (porque eso impone gastos que se pueden ahorrar), no entregan condiciones laborales decentes a sus trabajadores (porque también sería un "gasto" extra). No ponen interés -sino hasta ahora- por fiscalizar y prevenir a la gente entorno a la evación (ya que el ingreso lo tenían asegurado), y otras prácticas más que hemos visto durante todo el desarrollo de la triste historia del transporte público en Santiago.

Poner un servicio público en manos del Estado -como sucede en muchas metrópolis mundiales- va a traer problemas como todo lo que hace el Estado, pero dejarlo en manos privadas ha estado lejos de ser la solución.

A estas alturas trasladar el plan al sistema público a través de una buena normativa que prevea, diseñe e implemente de manera correcta un servicio de transporte centralizaría responsabilidades que hoy todos se esfuerzan en evadir. No tendríamos que pedir la cabeza de ministros que dicen que esto está en manos de privados, ni de privados que dicen que esto es culpa de los ministros, ni menos de futbolistas. Un administrador financiero que tenga encima a la Contraloría, un Ministerio encargado de los recorridos y la implementación con línea directa con quien financia y con quien proporciona la infraestructura pública necesaria.

Una idea que, aunque venga de Frei, no parece tan descabellada. Porque a estas alturas poco puede ser peor. foto_ninión.

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