Dime qué tarjeta traes y te diré quién eres. Así podría resumir la experiencia que tuve hoy en el
Metro de Santiago.
Filas interminables en varias estaciones para adquirir la famosa
tarjeta Bip. Pero lo más insólito eran las conversaciones entre los usuarios del Metro con el cajero de turno.
Los usuarios hacien filas kilométricas para conseguir la nueva tarjeta. Muchos de ellos ya tenían la Multivía, pero aun así -aunque son lo mismo- querían tener el nuevo plástico azul. Seguramente un signo de estatus para esa billetera que luce más telarañas que papeles con próceres impresos. Y tal como decían en la tv, la tarjeta era gratis, y la gente quería su tarjeta gratis, pero al momento de pedirla, el cajero le decía que debía pagar luca, - pero cómo, ¿no era gratis la tarjeta? - Sí señora, viene gratis con la primera carga de mil pesos que haga. - Ah no, yo escuché que era gratis e hice la tremenda fila para que me la dieran gratis, así que acato con la tarjeta. - Lo siento señora, tiene que comprar un carga de mil pesos. Y no había caso. Uno esperando para comprar un mísero boleto y había que mamarse estas discusiones sin sentido de gente ociosa que quiere tener una tarjeta más en la cartera.
¿Que pasa con esta gente que sabe que hay una tarjeta gratis y es capaz de pasar varios minutos haciendo una cola con tal que conseguirla? Es como los que adoran estirar la mano cuando una chica con tostado playero anda regalando calugas de un shampoo que en tu vida ibas a usar, pero como es gratis, hay que pedir no uno, sino varios. La cultura de estirar la mano, de llenarse de cachibaches aunque no me sirvan. Dime qué tarjeta tienes y te diré quién eres.
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