Con vergüenza recuerdo que durante la media en el colegio, un compañero nuestro era objeto principal de nuestras burlas, acosos y abusos. Con una crueldad que me cuesta aceptar ahora, colaboré con ideas, actos, pero mayoritariamente con mi silencio a que muchas cosas que pasaran sin que fueramos capaces de tomar real conciencia de lo que se estabamos haciendo.
Ahora, más grande y más aun con las noticias que vemos en los diarios sobre el famoso
bullying, recuerdo lo que hacíamos y cómo ese personaje se debe haber sentido humillado a ya no poder más por culpa del grupo de desadaptados que éramos en esos momentos.
Cuando me encuentro con él en algunas juntas de curso no logro sacarme el prejuicio de quién fue él: el objeto de nuestras burlas, y me siento un pobre pendejo pensando aun así no pudiendo evitar tirar alguna talla. A él le va bien, vive lejos de este chico pueblo que es Viña y seguramente ha dejado atrás todas esas experiencias desagradables de las que fuimos protagonistas quienes decíamos ser sus compañeros y algunos hasta sus amigos. Aunque seguramente lo recuerda todo muy bien.
Todos fueron parte de aquello porque hicieron o porque dejaron hacer y lo único que rescato de todo esto es tomar conciencia de lo que verdaderamente significan esas mofas, sobrenombres, juegos y bromas que a los 13 o 15 años se ven tan inocentones y que bien poco de inocentes tienen. La adolescencia es una de las etapas más complicadas por las que atraviesa un ser humano y la conciencia de qué me servirá. Bueno, de que al menos lo podré conversar con mis sobrinos y quizás, algún día, con un hijo.
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